Hay lugares que nos marcan ...lugares a los que siempre queremos regresar...otros a los que juramos no volver y evitamos determinadas rutas como si de ese modo el lugar, desapareciera del mapa.
En mi ciudad hay miles de rincones que amo, que me traen bellos e imborrables recuerdos, me emocionan, me reviven, me alimentan...
También sucede, o me sucede, que algunos se fueron transformando con el tiempo y los hechos...
Hoy llegó a mis manos esta foto, una foto de una Yo feliz, con un globo en la mano, sonriente, mostrando las piernas sin importar quien estuviera viendo. La foto fue tomada en una plaza no muy lejos de mi casa, pero si muy lejos en el tiempo.
Una plaza a la que solían llevarnos mis viejos los fines de semana, cuando las plazas eran todavía lugares seguros y llenos de alegría...digo, antes de que se convirtieran en refugio de los que no tiene refugio...
Una plaza en la que un día, un día cualquiera de esos fines de semana, encontramos un perro perdido. Recuerdo ese hecho como el primer contacto con el dolor del alma...lloré tanto pensando en ese perro, perdido en la plaza sin sus dueños, tal vez, también fue mi primer encuentro con la sensación de abandono...y fue tan intensa, que me volví una pequeña sombra en esos días, llorando sin consuelo por ese lindo perro blanco con manchitas negras.
Hasta que una noche, después de unos dos o tres días de llanto y desazón, llegó mi papá con la noticia de que había pasado por la plaza y se había enterado que los dueños del perro lo habían recuperado y no solo eso, sino que los había visto y había hablado con ellos para asegurarse de que fuera el mismo perro, mientras lo paseaban felices en esa misma plaza! La plaza del milagro...
Como era de esperar, la buena nueva puso fin a mi llanto y pude dedicarme a mis múltiples tareas, como jugar a la maestra, hacer piezas de barro con la tierra de las macetas y envolver los libros en papel de diario en esa ficticia librería en la que vendía de mentira a mis amigas los preciados tesoros literarios de mi padre...
Años después, en esa edad en que la adolescencia comienza a despedirse, recordando el hecho en una sobremesa familiar, vine a enterarme que había sido fatalmente engañada, y que el cuento del perro no fue mas que una mentira piadosa para calmar mi llanto...esa verdad tardía me hizo saber de la inocencia de la que somos capaces siendo niños y puede reírme mucho, todavía lo hago cuando lo recuerdo...
En esa misma plaza, en tiempos mas cercanos, recibí alguna que otra herida y la imagen del perro perdido se transformó en palabras punzantes atravesando el alma...
Y fueron entonces nuevas las mentiras.
Y creí otra vez en los milagros...
Y ya no soy mas niña, por lo menos no tanto....
Me cuesta un poco mas recobrar la esperanza, aunque la receta del barro sigue dando buenos resultados...
Y sigo estando ahí...mostrando sin problemas las piernas a quien quiera mirarlas, con un globo en la mano, con la sonrisa al sol, en la plaza del milagro....