Algunas cosas no cambian, algunas personas no cambian, algunas vidas no cambian...
Hacía tiempo, mucho tiempo que no caminaba por ese tramo de Lacroze a esa hora, lo había transitado con él, una noche fría en la que un patrullero se nos cruzó para "salvarme" de lo que sus integrantes creyeron un posible delito... unos meses atrás, pero esa noche, ya sea por las circunstancias o la oscuridad, el efecto fue diferente.
Esta mañana , muy temprano, bajé del 140 en Alvarez Thomas y caminé hacia mi casa, había hecho unos pocos metros distraida, pensando en un diseño para transmitirle mañana a Florencia en nuestra reunión y dado mi estado actual, decidí sacar la libreta en la que borroneo cosas para anotarlo, no sea que la claridad de la mañana desaparezca con la tarde y a la noche me arrepienta de no haberlo anotado y así lo hice, y no pude evitar la pena al pensar de donde habia yo adquirido esa costumbre de anotar las cosas... Cuando retomé la marcha, me invadió una sensación del pasado, no se si fue el fresco aire matinal, la luz del sol a esa hora o que, pero lo cierto es que reviví esas mañanas en las que salía a acompañar a mi hijo hasta el colegio cuando estaba en 4° o 5° grado, digamos unos...15 ó 16 años atrás... y me di cuenta que muy pocas cosas en la avenida habían cambiado...
Recordé entonces ese departamento en la esquina, un tercer piso por escalera en el que habíamos sido tan felices mi hijo y yo, esa "telaraña afectiva" como lo bautizó un amigo , ese "obligado"punto de reunión, ese rincón cálido en el que todos se sentian como en casa a pesar del poco espacio y de la poco habitual ambientacion, ese lugar que había hecho tan mio, tan con mis cosas, tan con mis colores, tan con mis olores...en el que podian faltar muchas cosas, pero jamas faltaba la música... ese lugar tan mio que nunca podré olvidar...
En la esquina en la que había una vieja bomboneria, si, una bombonería...ahora hay una inmobiliaria, lo sabia, pero pensé en que habría llevado a la dueña, una sempiterna anciana de pelo blanco y rodete, bien abuela de cuento, a la que yo conocía de mis épocas de colegio y a la que el tiempo parecía no afectar, no porque se mantuviera joven sino porque siempre fue vieja, que habría llevado a esa señora, repito, a tomar la decisión de vender ese templo de bombones de chocolate y fruta que siempre me había deslumbrado...y que habría sido de ella a la que nadie en el barrio podía imaginar en otro lugar que no fuera detrás del mostrador...pensé entonces, con la lógica del tiempo transcurrido, que la muerte habría venido a buscarla y que se habría marchado llevándose con ella para siempre el aroma a chocolate de esa esquina...
Crucé Delgado y a los pocos metros, la regalaría que no recuerdo haber visto jamas abierta...con su cartelito de "vuelvo enseguida" como si sus dueños hubieran salido solo por un instante y vaya a saber uno por que causa no pudieron regresar, pero eso si, algún fantasma travieso, evidentemente mantenía el lugar como habitado...limpio y con sus adornos en la vidriera con precios actualizados...ceniceros de bronce, muñecas de cerámica...artículos netamente incomprables para mi...
Unos metros mas adelante, vi acercarse a la dueña o ex dueña de la bomboneria, impecable, con su pelo blanco y su rodete, igual...exactamente igual que siempre...me saludo con un leve movimiento de cabeza, no entendí como podía acordarse de mi y me sorprendí pensando si no sería ella el fantasma que mantenía intacta la regalería....
Antes de llegar a Enrique Martinez, y pasando el negocio de baldosas y cerámicas en la que siempre me detenía a elegir que pisos le pondría a esa casa que jamas pude comprar, recordé que estaba la veterinaria donde llevaba a Paco, mi gato y luego a Beto y a Albita, el matrimonio felino que habito mi departamento después que Paco decidiera abandonar este mundo. Ahí, sacando la puertita de la reja estaba Guillermo, el veterinario, que me saludó como si el tiempo no hubiera pasado...evidentemente, las canas y los años, no han cambiado tanto mi exterior...
Saqué un cigarrillo, lo prendí y renové mis ganas de dejar de fumar, olvidandome ya que fue lo que me hizo claudicar la última vez...
Seguí caminando y todo estaba ahí, como si alguien hubiera decidido preservar esas cuadras del paso del tiempo o tal vez mi memoria esté fallando...pero la rotisería, el mercadito, la fabrica de pastas, la panadería, siguen estando tal cual las recordaba.
Como en toda la ciudad y seguramente en todas las ciudades, hasta en las que no quiero pensar, la decoración navideña invade con sus rojos verdes y dorados y en los locales de loteria, rectangulitos de papel prometen felicidad...
Al cruzar Conesa pensé que yo, afortunadamente, no soy la misma que caminaba hace 15 ó 16 años por esa avenida, solo queda de aquella algún rastro, algo del exterior que algunos alcanzan a reconocer.
Por otra parte, la vida fue cambiando algunas cosas, antes caminaba con un hijo de diez...once años de la mano y hoy mi hijo es un hombre que anda por el mundo...
Antes caminaba por esa avenida para venir a tomar unos mates con mi viejo que ya no está...
Antes caminaba por esa avenida con la alegría de los proyectos a cumplir...tal vez no tan claros como ahora, porque como dije antes, la vida fue cambiando algunas cosas.
Al cruzar la estación de Colegiales, casi automaticamente, metí la mano en mi bolso y saque las llaves, una sonrisa de pena o tal vez un eco de su voz me recordó que faltaban dos cuadras para llegar a casa...
Han cambiado muchas cosas...algunas, evidentemente no...