sábado, 1 de noviembre de 2008

La Trapecista y el Bailarín


Esta es una historia a la que le tengo un inmenso cariño...un profundo amor...Alguien, que me conoce bien y con quien he compartido una importante porción de mi vida, alguien a quien ya he mencionado en esta casa, alguien que es poseedor de una pluma prodigiosa, me ha hecho el honor, no solo de elogiar inmerecidamente este sentimiento que hice palabras, sino de regalarme las suyas, aquellas que yo no pude decir ....por eso decido volver a publicar esto...agregando, con enorme orgullo, lo que de su mano recibí con emoción...es un hermano que la adolescencia me trajo...y aún hoy, a pesar de los años y los desencuentros...sigue allí...gracias Víctor, una vez mas... (el valiosisimo aporte, esta marcado con "italic" )




Ella no conocía otra forma de vida... otro mundo más que el de la vieja lona y los mástiles cansados de sostener, de levantarse una y otra vez siempre en un lugar diferente... las redes, los cubos, los viejos carromatos... y el trapecio... esa barra a la que sus manos sabían más que sus propios ojos, esas sogas que se fundían con sus piernas y sus brazos... el trapecio y el aire acariciándole la cara ... y la mismísima sensación de volar... la firmeza de su cuello, sosteniendo su cabeza siempre en alto... esperando el exacto momento, ni una milésima de segundo antes... ni una después... y las miradas allá abajo, algunas esperando con morbosa inquietud una mínima falla ... otras con la respiración contenida... y la exclamación final... y el aplauso...
Jamás imaginó su vida sin esos componentes, ni pudo concebir la idea de un lugar fijo, su destino era ese... un mapa plagado de rutas sin final... un no volver atrás...
La aventura permanente de no tener nada seguro, más que los adioses a romances fugaces, y la promesa de un retorno que no sería jamás...
Más allá de eso... la certeza de la imposibilidad del amor... de cualquier "para siempre" que la alejara de su trapecio volante y su vida sin fronteras... Nada que la hiciera aferrarse tanto como para dudar en el momento justo de saltar...
Como todas las noches...frente al espejo estiró su pelo... lo ató prolijamente... pobló sus párpados de purpurina... delineó con dedicación sus labios y los rellenó de un rojo pasión tan profundo como profunda era su pasión por su arte... por su libertad...se enfundó en el estrecho traje que era su segunda piel y salió...
Subió la larga escalera que la llevaba a la plataforma... y por primera vez... sintió algo diferente... al llegar allá arriba, tan alto como siempre... una vibración distinta le recorrió la espalda... como si desde abajo... algo la llamara... la invitara a soltarse... fue solo un instante...
Frotó sus manos con talco... respiró hondo... alzó su cabeza... y saltó... segura... sin red... como todas las noches...
Realizó su acto con la misma precisión de siempre... con la misma entrega... con el mismo orgullo...
Pero algo que no alcanzaba a descifrar estaba ahí... inquietándola... tal vez miedo, pensó... podría ser... no era algo habitual, pero podía ser después de tanto...
La noche transcurrió como otras tantas... y al despertar, más temprano que de costumbre... revivió la sensación de la noche... y miro a su alrededor, como si alguien observara y solo encontró los brillantes ojos de su gata... y la alzó sonriente, como todas las mañanas, acurrucándola contra su pecho y apoyando su cabeza en la de ella, para escuchar la felina manifestación de placer...
Al salir recibió un sobre que habían dejado en la boletería para ella... lo abrió y desplegó una pequeña hoja de papel amarillo que decía:
Quiero que me enseñe a bailar... como lo hace con el aire...
Nada más, ni un nombre... ni una señal.
Esa noche... frente al espejo... recordó el papel que, sin saber por qué, había guardado con cuidado... volvió a leerlo y salió... nuevamente a encontrarse con su libertad de volar...
Subió... como siempre, entalcó sus manos y como nunca lo había hecho... miró hacia abajo, buscando entre los ojos expectantes esos que la miraban diferente... no los vio... pero pudo sentir que ahí estaban...
Repitió con exactitud su rutina... saltando segura... pero sintiendo por primera vez, que bailaba con el aire,... dejándose llevar por la música de esas palabras que desde un papel amarillo, le cantaban suavemente...
Al terminar... casi como llevada por una fuerza desconocida, fue hacia la boletería... y lo encontró... con un sobre en la mano, igual al que había guardado... decidida como en el justo momento de saltar... se acercó a él... y le preguntó cuál era su interés en aprender a bailar, y por qué ella, que no era bailarina...
Él le explicó que buscaba algo diferente, para deslumbrar a una mujer especial... la que sería su compañera para toda la vida...
Ella encontró divertida la idea, pero le dijo que solo podría ser allí, en el circo, luego de acabada la función... en el mágico círculo central... él accedió... y la noche siguiente, la esperó en el mismo lugar...
Para ella ese lugar era su casa, su refugio, el perfecto aliado para sus soledades... cuando la música, las risas y los rumores del público no eran más que un recuerdo reciente, ella se encontraba con ella misma... a veces cantaba sabiendo que nadie la escuchaba, a veces reía, y otras lloraba, allí... en esa pista que hoy se convertía raramente en salón de baile...
Lo guió hasta el centro, solo una luna mas llena que nunca, iluminaba el círculo atravesando insolente la lona gastada... Con extrema delicadeza, ella llevo la mano derecha de él a su cintura y apoyo su mano izquierda en el hombro de él... apenas tocando su espalda... la mano izquierda de él y la derecha de ella, se unieron suavemente...
Casi como por milagro... a lo lejos, Olaf, el payaso más viejo, comenzaba a tocar un viejo vals en su violín...
Ella sonrió... no creía en las casualidades... y él sintió al ver su sonrisa, que la pista se iluminaba...
Bailaron largo rato... un-dos-tres, repetía la trapecista a fin de que el incipiente bailarín entendiera el ritmo y pudiera mentalmente seguir esta consigna... un – dos - tres...
-Como primera clase, no está mal -dijo ella riendo y tratando de deshacerse de la extraña sensación de intimidad que el abrazo del baile le provocaba...-.
-Mañana a la misma hora -dijo él, sereno sin dejar de mirarla...-.
Y así fue... noche tras noche, la luna con sus fases y el violín de Olaf como cómplices de esa aventura.
En ese tiempo, ella comenzó a notar imprecisiones en su acto... ya no era una artista del trapecio volante, sino una bailarina en el aire... le atraía mas columpiarse que saltar... y empezó a sentir el temor a desasirse de la barra... y un segundo antes, o uno después, podría significar una fatalidad...
Esa mañana la despertó la extraña sensación de no querer saltar... un mal sueño, pensó... suele pasar... el miedo se apodera de nosotros escondido en la noche y nos hace escapar de lo que tanto amamos.
Desterró de su mente la idea, y decidió que el cansancio provocado por las horas de baile robadas al sueño, la estaban debilitando, por lo tanto, esa misma noche, le diría a su aprendiz, que era la última clase, además... él ya habría aprendido lo suficiente como para deslumbrar a su amada compañera y ella volvería a tener todas sus energías puestas en su única pasión.
Por otra parte, el circo estaba pronto a partir hacia otro destino... con nuevas caras y nuevas respiraciones contenidas mientras ella se suspendía en el aire, como si solo la sostuviera un hilo de plata de la luna...
Distinto que otras veces, en las que la partida le abría las puertas de una nueva aventura... sintió nostalgia y un vacío parecido a la tristeza le atravesó el alma... un sentimiento extraño, por el tiempo transcurrido, ya debería estar aburrida de ese lugar y sus habitantes, como toda su vida había sentido...
Se miró en el espejo y se dijo que eran solo tonterías, terminó de arreglarse y salió a encontrarse con su trapecio, su amor verdadero, al único que le había sido fiel... a esas sogas y a la libertad del aire acariciándola con infinita sensualidad...
Subió y sintió los ojos del ya experto bailarín clavados en su cuerpo... no lo veía, pero sabía que estaba allí... respiró hondo... como siempre, preparándose para saltar... y no pudo... el público no lo notó, pero sus compañeros quedaron sorprendidos, de la plataforma auxiliar, lanzaron nuevamente el trapecio, que volvió a columpiarse vacío y la gente allá abajo empezando a impacientarse...
Finalmente, saltó... con la precisión que da el oficio a pesar de todo... pero en su alma un miedo desconocido se había instalado... el miedo a caer... a no volar, como si faltara una mano que la acompañara en su vuelo...
Cuando bajó, sus compañeros la llenaron de preguntas y ella los llenó de excusas... y los tranquilizó diciendo que era el cansancio y el aburrimiento, que el lugar ya estaba seco de emoción y como la conocían bien... rieron y se alejaron murmurando... es la misma de siempre...
Fue a cambiarse para acudir a la última cita con su bailarín... limpió todo el maquillaje de su cara, deshizo el rodete de su pelo que cayó en todo su largo sobre la espalda...
Al salir... allí estaba él, como todas las noches, solo que con un ramo de flores silvestres en la mano, anunciando, pensó ella, la despedida...
Había repasado mentalmente una y otra vez el discurso sobre la última clase, la destreza adquirida, la próxima partida del circo y estas fallas que el cansancio le hacía cometer... le agradeció las flores, y llegaron al centro de la pista.
Él no dijo una palabra... la tomó con firmeza por la cintura y apretó su mano como nunca... el violín comenzó a sonar puntual como siempre... pero con una nueva melodía... más profunda... más sentida...
Ella sintió que todo su ser se estremecía y que la firmeza de aquellas manos era similar a la seguridad que le daba su trapecio... no pudo decir nada... lo miró a los ojos, unos ojos como nunca había visto, con una profundidad que invitaba a soñar...
Él sin dejar de mirarla le dijo suavemente:
No había tal mujer que me esperara, sentí el amor la primera vez que la vi bailar con el aire... y quise aprender para así poder invitarla a bailar para siempre, a volar para siempre... sin fronteras... sin adioses... sin condicionamientos...
Y entonces se dio cuenta de que esa libertad que él le proponía la estaban bailando, la estaban saltando… El baile, el trapecio, todo empezaba a ser una sola cosa… La pista estaba ya abajo, muy abajo, todo era ese desplazarse etéreamente, unidos, entrelazados -dos y uno al mismo tiempo-, en ese vuelo en el que los envolvía, los acariciaba, los elevaba y los sostenía la brisa cadenciosa de las notas que brotaba mágicamente del violín de Olaf (que tocaba en alguna parte que ya no podía ni importaba distinguir)… Y ese sutil deslizarse a través de los compases de la vieja Viena entre la pista y la cúspide multicolor de la carpa era como saltar sin red una y otra vez de trapecio en trapecio, entre mil trapecios, pero sin escalas, y que todos los vértigos ya serían definitiva y fatalmente inseparables del éxtasis y del ensueño… E intuyó que toda su destreza, perpetuamente repetida y perfeccionada, no había sido sino un entrenarse para ese vuelo único, irrepetible, pero infinito a partir de ese momento… Y descubrió también que aprendiendo los dos se habían enseñado, y que enseñando los dos habían aprendido… Y supo finalmente que nadie en el mundo hubiera podido danzar esa danza ni saltar ese salto en soledad, que estaban hechos para ejecutarse entre dos, mutuamente entregados, abandonados juntos a la música y al aire…
Ella sintió en ese instante que su vida de eternas despedidas había terminado, que el deseo de escapar había desaparecido, que él sería su trapecio y ella sería su vals... que serían para siempre la libertad de uno en el otro...